domingo, 5 de febrero de 2023

La constitución de la orden que quería formar.

Originalmente escrita al final del referendum por una nueva constitución en Chile, pensé en como cualquiera que Dios elija hará él sólo un trabajo mucho mejor en redactar una constitución que gobierne sobre muchedumbre de gente. 

Me doy cuenta ahora eso sí, que realmente no es lógico una orden hecha para ser milicia, pues durante el santoral de san Juan Bosco, vi la siguiente cite en el blog de Sicut Oves:

En aquel primer sueño, se vio rodeado de una multitud de chiquillos que se peleaban entre sí y blasfemaban; Juan Bosco trató de hacer la paz, primero con exhortaciones y después con los puños. Súbitamente apareció Nuestro Señor y le dijo: "¡No, no; tienes que ganártelos con la mansedumbre y el amor!"

Y tiene razón claramente. Sólo los que se pueden ganar con mansedumbre y amor, sólo ésos valen la pena para los asientos celestiales. El resto que se pudiese ganar por la violencia, no valen para nada. Pues los que se ganan con agresión son los ismaeloides, de quienes leemos son bravos y ariscos:

(Gen. 16:12) Este será un fiero hombre: sus manos, contra todos; y las manos de todos contra él, y contra faz de todos sus hermanos habitará.

Pensaba por lo tanto borrar todo lo que tengo acá referente a la constitución de mi hipotética orden. Pero aun así, para que mi trabajo que gasté redactando la regla y los estatutos no sean desperdiciados totalmente, les tengo acá el documento que quería usar yo para fundar mi orden. La iré comentando con acotaciones que expliquen mejor cada punto. Añado también que está enmendada y reformateada para ser leída de mejor forma en el blog. 

Título: Prólogo.

POR LA OBRA CENSURÁNTE DE LA SANTA
SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA

SEA ÉSTA HISTORIA, OJOS DEL SEÑOR, AGRACIADA.

Virgen de vírgenes dulce María, a vuestra merced os presento: trabajo piadoso.

Es útil en papiro las hazañas retallar.
Orígenes virtuosos de la crónica fablar.

La raza Hispana en sus aras juró.
Por Cristo, nación que de sobra beldó.

Compilados en tomo de Dios la bondad.
Celestinas centenas de dádivas dad
A Jesús, a María, y a sus Santos rogad.


Ésta era la introducción, y ocupaba una página entera. Notarán que es un poema al mismo tiempo que es un prefacio que sirve de dedicatoria, a la vez que pide intercesión a la Virgen para que sea agraciada la obra a continuación.

1. María Virgen Santísima, a vuestra merced y a vuestro Inmaculado Corazón ofrendo y consagro ésta constitución. Será nos la espina dorsal de nuestra cofradía de soldados católicos, que buscábamos la tradición que el mismísimo Jesucristo fundó. Con los doce apóstoles como patrones nuestros de cada uno de nuestros capítulos, tenga Señor Jesús misericordia de nuestra condición actual, y nos permita vivir en paz y tranquilidad de alma, corazón, mente y cuerpo.

Acá vemos pues de nuevo la dedicatoria, pues yo prometí a la Virgen que si me dejaba fundar una orden le pondría su nombre. Y verán pues que no declaro que sea la constitución de una orden, sino de una cofradía, pues yo sé que sin permiso de un Obispo no se puede empezar a hacer una orden, y también tenía entendido que la Santa Sede prohibió levantar más ordenes, aunque igual y eso fue la iglesia conciliar. Acá se hace la primera mención de los capítulos, la forma en la que decidí dividir la orden, se explicará después más de éstas. Y verán que se pide vivir en paz y tranquilidad, la razón de porqué les será más aparente después.

 2. Éste trabajo lleno de reglas no es nada, sino simple heno de una mente torpe de ideas y escasa de pensamiento; el deseo del fundador de ésta cofradía fuese primero encontrar una leonina compañera de vida con quien obtener en bendición soldados a María. Ya cansado de la soledad y empujado por la caridad, ha dado semillas y plantado; porque es mejor  que la persona que está hambrienta soporte el hambre y siembre el grano que será bueno para muchas personas. No es capaz de aguantar el calor, mas no se pierde la devoción sino que se vive con aún más celo. Es una certeza que cristianos no habrá más, hasta la segunda venida.

Acá ven mis razones para escribir la constitución. Entiendo que es nada, entiendo que no servirá, pero lo hice porque pensaba pues, que, ya que el fin del mundo está sobre nosotros, y no podré hacer una vida común y corriente, mejor que levante yo simiente espiritual antes que física. Pues será más rápido así llenar los asientos Celestes.

3. Identificamos nuestra confraternidad como un Estado Autónomo Monástico de carácter Militar bajo el patronazgo de la Santísima Virgen María. Somos un estado porque no tenemos identidad con ningún país del mundo, somos autónomos porque no necesitamos el apoyo de ningún mundano, somos monásticos porque nuestra exportación e industria es orar, somos de carácter militar porque todos nuestros miembros están en una guerra constante contra el mundo.

Acá el carácter y la idea general detrás de la fundación. Pues quería yo hacer algo más bien como un país mendicante. Abierto a todas las gentes, para su salvación. Y cerrado a los inmundos. A continuación el detalle.

4. No buscamos jamás que las personas sepan el número de veces que rezamos, ni tampoco las bondades y méritos que hemos hecho; ningún hombre es capaz de recompensar nuestros méritos, sino Jesús. Somos peregrinos, y por ser nosotros tal en el mundo, no reclamamos ni reclamaremos nunca parte de ningún territorio, somos viajeros en una procesión constante; y no nos pensamos como miembros de ésta ni aquella nación, de ningún país somos, en su lugar somos ciudadanos del Reino de Dios; mejor es la sociedad de Dios que la de hombres. Nuestros adeptos son nuestra familia consagrada a la Virgen Santísima y a su Inmaculado Corazón. Nuestro país original es el Edén, nuestro gobernante es Jesús, y toda la escuela de Santos ocupan los más altos cargos. Nuestra Señora es la Capitana-General, nuestra Inquisidora General, nuestra Reina Augusta. Nuestra Señora, exterminadora de las herejías y del error, inquisidora general, emperatriz augusta del cielo y de la tierra, dueña soberana de éste castillo infranqueable, inexpugnable, impenetrable, fortaleza donde cada uno de sus ladrillos es un Santo, todos ungidos por el Espíritu Santo, con el príncipe de la milicia celestial san Miguel arcángel que lidera el ejercito del Señor, guardián contra la inmundicia afuera de los muros, y nuestro ángel guardián el mayordomo palaciego, todos dados bajo las ordenes y al servicio de Nuestra Señora, la Santísima Virgen María, rogad por nosotros, Bendita portadora perpetua y adoratriz perenne de Jesús Sacramentado.

Mucho texto. Pero se sobre entiende que es una orden militar. Se nota a leguas la mucha impaciencia que tenía cuando la escribí. Pues me consume aún el celo de la ley y la casa del Señor, pero esto ya es demasiado creo yo. Empero, el precepto de "nuestra patria es el Edén" es lo mejor que puse en éste punto, y es algo que creo debería la gente comprender siempre. Una medida contra el posible nacionalismo que surgiría de un grupo que llama a gente que es agresiva.

5. Por nuestra obediencia a ésta constitución nos proveerá el Señor en abundancia. Nos proveerá racimo de uva cargado por dos, y nos vestirá ropa sobria de dobles vestes, y con ésto seremos contentados. Si de nuestro hogar hacemos el más benigno y más equilibrado lugar en el mundo, no habrá lengua ni ingenio que pueda contar las bondades con las que el Señor nos cubrirá. A Cristo daremos las gracias, y a la Virgen podremos decirle Madre Santa.

Acá hay algo curioso, por nuestra obediencia nos proveerá el Señor, dice. Pues yo creo que sí, la obediencia es el inicio de la sabiduría, y la ansía de la disciplina es raíz de inmortalidad. También al final dice podremos decirle Madre Santa, ya que, personalmente, a mi me cuesta decirle a la Virgen 'Madre' ya que, bueno, es la madre de Cristo y de nadie más. Igualmente, para mí Dios es Amo y Señor, Cristo es, más que hermano, Rey, y por eso yo no puedo decirle ni hermano ni padre. Aunque claro, entiendo que en sentido espiritual Él lo es, se hizo como nosotros en la pasión, la adopción por el Paráclito &c. Pero prefiero y lo amo más como mi soberano, que como un familiar.

6. Nos permitimos ésta constitución donde declaramos firmemente nuestra organización, rubricas y obligaciones, conocida sólo para los miembros que somos parte de ésta congregación de hermanos cristianos. Ya que lo único que perdura por el siglo es la palabra acrisolada del Señor, la Sagrada Escritura debe estar entretejida en el seno de ésta constitución y los evangelios en nuestras vidas. Ricos en la fe con ésto nos bastará.

Aquí hay una repetición del punto 4, pues al principio decía también que nadie puede saber el nivel de nuestra devoción. Esto es por humildad, no queremos que la gente sepa qué tanto hacemos, pues podrían darnos méritos, lo cual no es bueno tener de ninguna forma. Todos los méritos deben ser dados para Dios y sus Santos en el cielo.

7. Hemos de ser sobre todas las naciones leales al Señor, afianzados en estudio, palacianos en palabra, cumplidos de todo bien; no debe haber en el mundo pueblo que se iguale a nos en fortalezas. Sobre todos hemos de ser adelantados en gracia y más que todos preciados por lealtad. Por la espiritual unción del Paráclito del Señor, fuimos hechos soldados de Cristo, guiados por el Altísimo. Con sobriedad y prudencia debemos actuar, para que éstos nos muestren a los gentiles paganos como ejemplos dignos de imitar, hemos de ser la lumbre encima de la mesa. Mostrémonos como una ciudad de refugio para los que genuinamente buscan a Dios, probando siempre los espíritus de los que nos busquen.

Nada que añadir realmente, este punto es el mejor, realmente el Espíritu del Señor aprovechó bastante mis dedos de escriba en esta.

Ahora pues, una metafrásis del final de éste primer folio:

No nos alejaremos nunca, ni el más mínimo e ínfimo milímetro, del dogma católico, por todos los días de nuestras vidas. Si en el rezo del Rosario y la devoción Mariana nos mantenemos firmes, alcanzaremos las promesas de Nuestro Señor Jesucristo; seamos el símbolo de la Mística Ciudad de Dios.

Con ésto se termina la primera parte del Prólogo. A continuación hay una serie de exhortaciones a la vida austera y solitaria.

Habla primero de que hay que rezar los 15 misterios todos los días. Gozosos al despertar, Dolorosos antes de comer, y Gloriosos antes de dormir. Y añade:

En ésta cuerda cabe toda la Sagrada Escritura. No existe problema alguno que no pueda ser solventado por el rezo constante del Rosario. No serán nunca estos trabajos espirituales pesados, ya que la cruz del Señor es liviana y suave. A medida que uno entre-mueve el tesoro del Señor, que en la tierra parece como plomo y clavos, se vuelve ligero y suave como una pluma.

En tiempos bélicos el Rosario es el suave remedio para los problemas. La esperanza que tenemos a María es demasiado para muchos, pero nunca suficiente para nosotros. No nos comportamos más que como escuderos de María, única compañía de consuelo, pilar de reposo. Esperamos con gozo el día de la cruzada final, que tomará lugar durante la segunda venida de Nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Para tal día nos preparamos.

Nuevamente vemos el carácter militar que tenía en mente. Y termina diciendo:

Nuestra vida es monástica y contemplativa. Por la intercesión de la Santísima Virgen María logremos estas cosas.

Con esto el tema del Prólogo pasa a su segunda fase, que es como dijimos más una apología a la vida de los cenobitas en el páramo.

Para que nuestros tesoros no se desgasten con las relaciones humanas todo el tiempo pasamos desapercibidos, invisibles al mundo; felices días podemos pasar sin desfallecimientos. Recibimos la munificencia divina. Ocultados en el desierto, porque Adán que vivió entre las más grandes delicias sólo consiguió la muerte, nosotros en la árida explanada conseguimos vida. En la soledad es donde se encuentra a Dios, porque desde la zarza ardiente le dijo a su proto-vicario: el lugar donde estás es santo, y le pidió que se quitase el calzado. Así debemos nosotros quitarnos el yugo de la vida moderna y entrar descalzados al desierto. Alejados de la estática de las urbes, solo ahí el corazón cristiano puede hacerse antena para escuchar claramente los designios del Señor. En el desierto, en el páramo estamos tan distantes de la voluntad de pecar como de la posibilidad. Solo en el desierto crece fácilmente la semilla que es la palabra del Señor. Y es sólo con el desapego de las multitudes, no únicamente las de personas, sino de todas las cosas que abarcan nuestros sentidos. El mismo lugar que es desierto para el cuerpo, es paraíso para el alma. Porque el Señor es nuestra parcela en la tierra de los vivos.

Y por que claro está, que el Desierto debe estar así también en el espíritu de los adeptos, para que callen siempre, incluso las cosas buenas, con tal de no dejar jamás que el pequeño timón de la lengua haga encallar el barco entero. No podemos permitirnos tales arrebatos, ni tampoco es prudente la mucha palabrería que no borrará tus pecados, es mejor olvidar las trivialidades que no se relacionan con el sustento diario, y sólo cuando es en absoluto necesario es el hablar permitido. Ni habrá discusiones ni reclamos, menos en las plazas, en nuestro campamento u afuera del mismo, y no gritarán, que lo tal es sólo perdonable a los infantes.

Finalmente se habla de cómo debe ser el habitáculo y oratorio:

Será nuestro campamento alrededor del oratorio, en tiempo común es cerrado nuestro ábside, y abierto en tiempo de devoción. Debe ser atrincherado, sus muros altos, encañonado contra las insidias de las afueras mundanas. Nada de lo que se use para levantar campamento puede ser robado. Nada de lo que se guarda puede ser inútil o vano.
 
Y ahora el segundo tercio de la constitución habla de la división del trabajo en doce grupos, llamados Capítulos. 
 
Ya que pensé en llamar a los jóvenes y las gentes de ésta generación y época, fue necesario combatir más que nada el ocio y la pereza. Pues la contemplación es difícil, y por eso esta constitución se escribe como los estatutos de un ejército. Ya que es la actitud de un soldado en el ejército la que pone de centro a la obediencia, que es la virtud más sencilla cuando se le compara con otras. 
 
Escribí esto pensando en gente común y corriente, que le pueda costar adaptarse a una vida religiosa. 

Pongo ahora los Doce Capítulos que creé para la división de las tareas, partiendo por la introducción:

Uno es el tipo de ciudadano que puede ser parte de ésta nación. Que es trabajador como el laico, pero sabio como el monje. Aquellos a quienes el Señor ha dado la gracia de trabajar, trabajen fiel y devotamente, poniendo a disposición de los demás las dotes que han recibido del Señor. De tal suerte que, desechando la ociosidad, enemiga del alma, no apaguen el espíritu de la santa oración y devoción, al cual las demás cosas temporales deben servir. Mientras movemos nuestras manos en el trabajo, debemos dirigirnos a Dios con la lengua—si es posible o útil para edificar nuestra fe—, o al menos con el corazón, mediante salmos, himnos y cantos espirituales, y así rezar también durante nuestra ocupación, dando gracias a quien pone en nuestras manos la fuerza para trabajar, da a nuestra mente la capacidad de conocer y nos proporciona la materia, tanto de los instrumentos como de los objetos que fabricamos. Y todo esto, suplicando que nuestras obras sean del agrado de Dios.
 
La introducción está tomada en gran parte de la regla de san Benito. Ahora divide en doce los tipos de trabajo. Ya que busca imitar el modelo de gobernación que Dios prescribió en el Pentateuco.

Debe el buen ciudadano prestar sus servicios por su propia voluntad, obligándose a servir a la totalidad de la orden. Doce son los trabajos en que cada uno puede cumplir dentro de la orden. A cada labor los obradores se encomiendan a uno de los Doce Apóstoles. E idealmente deberían de cumplir con todos los trabajos prescritos, pero como no es correcto abarcar muchos negocios, se dividen a cada uno en un capítulo individual. A saber son:

Capítulo I, bajo: San Judas Tadeo, trabajo: la probación a los novicios
Los miembros de éste capítulo lo son sólo durante los 6 meses de probación, durante cual tiempo son libres de marcharse en cualquier momento, pero si desean volver deberán empezar desde cero sus 6 meses. Durante su periodo de prueba sus trabajos serán servir de aprendiz a los otros capítulos, sin jamás negarse a la voluntad de sus priores. El prior de éste capítulo no pertenece al mismo; debe ser un hombre prudente y apto para ganar almas, que vele por ellos con todo cuidado.
 
Capítulo II, bajo: San Matías, trabajo: el refuerzo en cualquier otro labor
Aquellos novatos que después de salir del capítulo de probación, deseen continuar trabajando en donde sea que fuesen necesitados como lo llevan haciendo desde entonces, pueden unirse a éste, donde serán movidos a donde sea que fuesen llamados. Para ser servidores del resto.
 
Capítulo III, bajo: San Simón Cananeo, trabajo: guardia en el campamento
Debido a nuestro estado como peregrinos apátridas, vivimos decampados en diferentes lugares, éste capítulo está a cargo de la seguridad de nuestras mansiones en nuestros viajes. Su trabajo es la edificación de campamentos seguros, y de hacer el viaje apacible.
 
Capítulo IV bajo: San Simón Pedro, trabajo: líder en el conflicto
Somos por definición una orden militar, no solo por ser parte de la iglesia militante, sino también por nuestra guerra contra el mundo. Éstos deben de odiar el conflicto, estar en una guerra es lo último que van a querer. Pero si se disparase un conflicto, los miembros que serán ejército y con jurisdicción sobre el resto de capítulos serán los miembros de éste. Sus trabajos en tiempos bélicos y pacíficos son mantener entrenados y en condiciones optimas a todos los miembros de la orden, sin excepción de rango, y de mantener armados a los adeptos y entrenados ante cualquier peligro. Acá van los que no tienen la energía suficiente para servir a la iglesia. De cuerpo muy blando y débil para soportar daños físicos,  cuyas manos carecen fuerzas para derribar enemigos, cuyas mentes se inquietan considerando las cosas del cielo. Cuya libre voluntad les complace demasiado; y su necesidad de descanso no les permite una postura firme por la casa de Dios. Aunque su mente y voluntad sean tibias con respecto a la lucha, puedan ser obligados a trabajar debido a su juramento. De confortar a los amigos de Dios, hacerle el bien a viudas, huérfanos, y a los fieles a Dios, y nunca hacer nada que esté en contra de la iglesia de Dios o de la fe. Jurando defender la fe de la Santa Iglesia con su fuerza y con su sangre, todos los días de su vida contra sus enemigos.
 
Capítulo V, bajo: San Felipe, trabajo: almacenero del grano
Si la tierra no nos da el pan, el cielo nos lo dará. Es menester que recolectores para la manutención de toda la orden se dediquen a guardar el alimento para los miembros. Sus trabajos son proveer de alimento sano, nutritivo y llenador. Y guardarán siempre una parte reservada para limosna, y ésto no se lo dirán a nadie, porque cuando se alimenta al pobre por jactancia, se convierte en pecado incluso la misma obra de misericordia.
 
Capítulo VI, bajo: San Bartolomeo, trabajo: transportador de víveres
Su propósito es obtener el pan de cada día para sus hermanos. Trabajando en el mar, en los ríos o en cualquier otra labor pluvial. En abundancia de agua y fuego, fierro, y sal. Ahondada de mies y leche. Holgada de ahondamiento de pan y harina; endulzada de miel y racimos de uvas, cumplida de olio, de aceite, de ropa de lino vestida. Aún así, estos deleites deben ser tomados todos con mesura, con abstinencia pura y no falsa, porque será eternamente siervo aquel que no se contente con poco.

Los Cielos, la tierra y todo lo que hay en ella no pueden contener a Jesús, pero aún así desea habitar en nuestros corazones, que no son más que un pedazo de carne. ¿Qué hemos de temer o qué nos ha de faltar cuando tengamos dentro de nos a Dios todopoderoso, en quien se encuentra toda la bondad?
 
Capítulo VII, bajo: Santo Tomás, trabajo: juez en las disputas
Si ocurriese algún conflicto entre hermanos, el que tiene que resolverlo es un miembro de éste capítulo. Utilizando la regla nuestra deberá juzgar, con conocimiento de la Sagrada Escritura. Su trabajo es ser doctor del dogma, que instruya en teología católica a los miembros. Debe tener corazón contrito, inflamado de caridad, dispuesto a enseñar, y ha de enseñar de forma clara e inteligible el dogma y los preceptos del Señor.

Porque toda carne, heno, y toda gloria de hombre, como flor de heno; Secádose ha el heno y la flor caídose; pero la palabra de nuestro Dios permanece por el siglo.
 
Capítulo VIII, bajo: San Mateo, trabajo: proveedor y archivista del inventario
Es necesario para correcta administración que un capítulo se dedique a censar los miembros de la orden, y sea quien mantenga el número exacto de objetos bajo el inventario de la orden. Si alguien necesita de algo, debe informarlo a los miembros de éste, y ellos administrarán. Debería éste capítulo mantener constancia de las mansiones que toma la orden. El que mantiene el documento con todos los miembros presentes es éste mismo.
 
Capítulo IX, bajo: Santiago el Menor, trabajo: enfermero de los débiles
Si algún hermano cae enfermo o herido, debe ser traído a éstos. A estos se les permite ser hermanos seculares, osea que pertenecen sus labores al siglo, ya que pueden dar sus servicios a gentes de afuera. Lo cual harán por caridad, ya su manutención la obtienen de la orden. Los adeptos enfermos son liberados de ciertas obligaciones, por el tiempo en el que se hallen convalecientes.
 
Capítulo X, bajo: San Juan, trabajo: instructor de los jóvenes
Si viniese a nosotros adeptos muy jóvenes, podemos recibirlos en éste capítulo, pero su prior será de otro capítulo. En cuanto a sus bienes, sus padres que nos los encarguen prometerán bajo juramento que nunca le han de dar cosa alguna, ni le han de procurar ocasión de poseer, ni por sí mismos, ni por tercera persona, ni de cualquier otro modo. Pero si no quieren hacer esto, y quieren dar una limosna al monasterio en agradecimiento, hagan donación de las cosas que quieren dar a la orden, y si quieren, resérvense el usufructo.
 
Capítulo XI, bajo: Santiago el Mayor, trabajo: inquisidor de los herejes
El capítulo más agresivo, que trabaja en conjunto con el siguiente capítulo en esparcir la fe católica. Su trabajo es conjuntamente la lucha constante para la erradicación de la herejía, con recelo, son jueces solo de aquellos que se les acusa de herejía. Son ellos quien deben mantener la lucha contra la heterodoxia de la doctrina, pelear contra las supersticiones, mantener la constancia en las oraciones. Necesitan un corazón suave y afable, que sostengan así como el Señor Jesús dos voces, una que clame por misericordia y la otra por justicia, y no puede una de éstas voces ser más fuerte que la otra. Deben de buscar la verdad, porque quien busque la verdad encontrará a Jesucristo. En lugar de los herejes, que buscan lo que quieren, construyendo en Betel novillos de oro. 
 
Capítulo XII, bajo: San Andrés, trabajo: evangelizar y propagar la fe.
Éstos tienen que ser maestros de la ley, de la fe, del dogma conocedores perfectos, de ser posible más que sus hermanos del XI y del VII. Deben ser pacientes y ordenados, su trabajo es propagandístico. Deben buscar adeptos, y pedir limosna. Deben de forma inteligente y eficiente esparcir la fe católica incorrupta. Si están dotados de sobresalientes cualidades y se consagran con todo entusiasmo a la sola contemplación y al estudio, negándose a cooperar en la instrucción de los fieles por la predicación, eligiendo el retiro y el descanso, entregados a las delicias de la especulación. Éstos son, sin lugar a duda, reos de la perdición de tantas almas como son las que hubieran podido salvar saliendo a predicar en público ¿con qué animo prefiere su propio retiro a la salvación de los prójimos quien podría aprovechar en el ministerio de las almas, cuando el mismo Unigénito del Eterno abandonó el seno del Padre y emprendió su vida pública para provecho y salvación de muchos hombres?
 
A continuación están algunas reglas referentes a los capítulos y sus miembros. 
 
Sin despreciar el rebaño pequeño, no debe preocuparse el prior si su capítulo es corto, sino si su capítulo está dando su mejor servicio al cuerpo entero.

Acá se menciona por primera vez a los priores, que son la autoridad más alta dentro de la orden.

La transferencia de miembros entre capítulos está limitada. No es correcto que un adepto cambie de rubro por su propia voluntad, sería doblar el voto de obediencia, y añadiría trabajo sobre los miembros del capitulo VII, y para el que lo reciba. Se permite el movimiento de hermanos a otro capítulo, si a su prior le es admisible por razones que acaten al desempeño del adepto en su cuidado, y haya llegado a un acuerdo con el prior del capítulo al que será movido. Que quede claro que pueden por lo escrito en el primer párrafo pertenecer a más de un capítulo, tantos como su tiempo les permita entretener, pero la pertenencia a mínimo uno es obligatorio, para mantener siempre libre de ocio a los adeptos.

Acá, con base en lo dicho de Lot y Abraham que se separaron por discutir, se permite también lo mismo a los adeptos mientras sigan ambos la misma regla.

Si con el paso del tiempo viniesen a nos necesidades adicionales, deberá convocarse una asamblea general para añadir las responsabilidades adicionales, y qué capítulo se le añadirán. Si más claridad u objeciones se levantasen acerca de éste documento, está siempre abierto a concilio para clarificar y ratificar una armonización entre todos los capítulos de la orden.

Acá se hace a prueba del futuro a la constitución entera.

Así pues, tal como el tabernáculo fue hecho con el oro de los egipcios, debemos rezar que el Señor nos provea con los dones del Paráclito, ya que con la verdadera ciencia podremos de forma ecléctica saber donde poner los travesaños, los pasamanos, las escaleras, las bóvedas, los arcos, y todo lo que antes no teníamos piedra estable de fundación donde poner. Recordando que sólo debemos hacer aquello que nos edifique virtudes que nuestro Señor nos amoneste a mantener; por la rigurosa prudencia de cada uno de nuestros adeptos, buscaremos siempre dar la correcta observancia del evangelio.
Todos los adeptos capaces están obligados a servir de cocinero, de orador, deben servir de mayordomo; los que tengan ciencia de instructores; los que sepan o tengan un arte son libres de vender sus artesanías, si aceptan que serán ganancia para la orden en su totalidad y no para su persona individual. Así como el Señor les dio capacidad y conocimiento, deberán de poner en uso sus habilidades, pero no en lo que ellos se dignen son buenos, sino en lo que han demostrado a los priores son genuinamente capaces.

Acá se habla de cómo las cosas y habilidades que teníamos en la vida secular tienen que ser usadas dentro de la orden.

Se recomienda que el prior de cada capítulo mantenga todas las rubricas propias por escrito, así también es necesario que todos mantengan unidad en la regla, y recuerden que son todos órganos en un cuerpo más grande.
 
Acá se prevé que puede haber algo de secesionismo entre alguno de los capítulos, así que se permite la atribución de estatutos propios a cada capítulo mientras éstos no causen tensiones innecesarias entre las distintas partes de la orden.
 
A continuación se describen más exhortaciones a la obediencia, a la soledad y al aislamiento voluntario del mundo y de las cosas del siglo.
 
No saldremos de la cátedra. Preferimos el silencio y tranquilidad del campamento antes que el bullicio de afuera. Aborrecemos los coliseos, los circos, los festivales de carnaval, y toda cosa que se les asemejen en espíritu o apariencia. Increíblemente prudentes en todo, ultra tradicionalistas, ultra devotos al Señor, no dejaremos de ser industriosos sin importar la época. Dando siempre las gracias a la Santísima Virgen María.

Los adeptos han de obedecer humildemente y con agrado a aquellos a los que están sujetos a obedecer, de forma que no hagan ni lo que les parecería útil y razonable, si es que esto va contra la obediencia. Es mejor renunciar a la propia voluntad por la obediencia, aún si su objetivo es bueno, y ajustarse a la obediencia del director, siempre y cuando no vaya contra la salvación del alma ni sea irracional.

Finalmente les presento el texto referente a los miembros de la orden, los que llamamos los Adeptos. Como dijimos al principio de la entrada, algunos puntos han sido harmonizados con el resto del documento. Mientras el rito de admisión es tomado en parte del rito benedictino, y en parte del pedido de Jesucristo a san Bridget de cómo un caballero ha de iniciarse en el rubro.

Los paladines que porten las armas del Señor han de estar listos para dar sus vidas por la justicia y derramar su sangre por la causa de la santa fe, llevando la justicia al necesitado, derribando y humillando a quienes hagan el mal.

No se recibirá fácilmente al que recién llega para ingresar, sino que, como dice el Apóstol, "prueben los espíritus para ver si son de Dios". Antes de empezar pasará cuatro o cinco días en la hospedería, sin trabajo, siendo presionado por el prior de los novicios, para saber el porqué vino. Debe estar atento para ver si el novicio busca verdaderamente a Dios, si es pronto para la Obra de Dios, para la obediencia y las humillaciones.

Y si lograse pasar y demostrar su fidelidad al dogma, entonces entrará en la residencia de los nuevos, donde oran, comen, y duermen. Si se mostrase prometedor y con deseo de perseverar de forma constante en la estabilidad de la orden, entonces se le permitirá ser llamado un hermano más, después de 6 meses de probación, durante el mes segundo léasele por orden esta Regla, y dígasele: “He aquí la ley bajo la cual quieres militar. Si puedes observarla, entra; pero si no puedes, vete libremente” para que sepa a qué entra.

Si llegase un aspirante para recibir el hábito de la orden, partirá por empezar la consagración total a María como es prescrita por San Luis María de Montfort. Solamente aquellos que han pasado por ésta devoción pueden llevar el hábito nuestro. Sus ropas seculares serán guardadas, por si llegase un día, Dios no quiera, en donde quiera salir de la orden.

Si hay algún sacerdote que quiera unirse, deberá demostrar su linaje sacerdotal, mostrando de quién obtuvo la Ordenación, y de quién lo obtuvo el que lo Ordenó, y así sucesivamente hasta los Apóstoles, de no poder demostrar ésta sencilla tarea no es bienvenido como sacerdote. Y de demostrarnos su ascendencia apostólica, debe demostrarnos que fue Ordenado con un rito valido, antes del concilio apostata del deuterovaticano. Ambas clausulas son irrenunciables para la admisión como sacerdote en nuestra nación.

Al cabo de los 6 meses se le vuelve a leer la regla, y desde ese momento en adelante no le será lícito irse del monasterio, ni sacudir el cuello del yugo de la Regla.

Éstos son los votos que todos debemos de hacer para entrar, y se deben hacer con razón de mente y buena disposición de corazón, y la devoción que mantendremos por encima de cualquier otra:

1. Nuestro hábito es una ropa sencilla, y la marca de nuestra nación encima. Debe vestir uno en forma distinta a los otros laicos como símbolo de la autorrenuncia y como un recordatorio que tenemos un superior a quien debemos someternos.

2. Nuestro pase de entrada es la consagración total a la Virgen, y nadie que no demuestre una verdadera apreciación y amor por Ella no merece ni siquiera que le dirijamos la palabra ni menos que le dejemos entrar.

3. No debemos ser belicosos, si no nos faltan enemigos afuera no hay porque buscarlos adentro.

4. Nuestro cuerpo debe estar preparado para el hambre, y nuestro espíritu para la muerte. Con feliz determinación en la perseverancia final, unos con otros solidarios. En cara a la tortura de la vida, y los días en la tierra que son todos de tentación, reímos a faz de muerte.

5. Debe el adepto tomar de ejemplo a Jesús y sus Santos, para ver cómo es un alma saludable.

6. El adepto ha de ser como pasto, débil al calor de verano, dónde perece chamuscado, y ha de estar contentado con esta muerte. Sus virtudes deben ser la lealtad, la fortaleza, la fidelidad, y la más crucial su temperancia. Se rige por la regla que pone de frente la fe, caridad, y esperanza como las virtudes más dignas de uno.

7. Se respetarán los ritos y horas que antes eran sólidamente practicados. Leyendo el Buen Libro, con bienaventuranzas y bellos actos. Serán paladines escuderos, protectores, todos ayudándose a inflamarse de la espiritual unción. Hincados adorando al Señor.

8. Nos prohibimos la desobediencia, jamás iremos en contra del dogma católico, jamás iremos en contra de los santos evangelios, ni en contra de los amigos del Señor, y buscaremos hacer siempre la voluntad de nuestros priores; renunciamos por completo a la voluntad propia e individual. Jamás tendremos objeto alguno en la tierra como propio, no nos pertenece nada de está tierra, nos encontramos solo como ocupadores temporales de los materiales de ella y jamás como dueños.

9. Nos prohibimos la incontinencia, los excesos de la bebida, del alimento, o del descanso. Pidiendo siempre antes de tomarlos que el Señor nos de lo justo y necesario.

10. Y nos ofrecemos totalmente, en cuerpo alma, mente y corazón, a la Santísima Virgen María. Debe nuestra devoción con María verla como es, el templo del Señor; Ella es pureza de purezas y por lo tanto con su intercesión hemos de dejarle que suba Ella nuestras oraciones al Señor, como humo de incienso que sube al cielo. Prometemos hacer todo por María, con María, en María, y para María, para hacerlo todo de mejor manera por Jesús, con Jesús, en Jesús, y para Jesús. Guardando el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, que firmemente hemos prometido.

Al final del periodo de probación serán libres de elegir servir bajo a cualquier capítulo, para ser parte permanente del mismo. Una vez elegido el (o los) trabajos que quiera desempeñar, el que desee hacerse adepto deberá hacer tal que así:

Debe en la víspera del día de su consagración hacer la confesión, y si tenía algo en su vida secular, para entonces deberá haber aceptado de buena gana abandonarlo, donándolo a los pobres, o dándoselo a la orden como donación solemne.

Luego el día después de su confesión procederá con su caballo hacia el patio de la iglesia, y dejará su caballo allí (ya que no se hizo para el orgullo humano sino para que sea útil en la vida y en la defensa y para pelear contra los enemigos de Dios).

Entonces, que se ponga su capa, colocando su broche en su frente, similar a lo que hace un diácono cuando se pone su capa como señal de obediencia y santa paciencia. De igual manera, así deberá ponerse su capa y colocar el broche en su frente como señal, tanto de sus votos militares como de la obediencia tomada para la defensa de la cruz de Cristo.

Delante de él deberán cargar una bandera del gobierno secular, recordándole que deberá obedecer su gobierno mundano en todas las cosas que no estén en contra de Dios. Una vez ha ingresado al patio de la iglesia, los sacerdotes deberán salir a encontrarlo con la bandera de la iglesia. En ella deberán estar representadas la pasión y las heridas de Cristo, como un signo que él está obligado a defender la iglesia de Dios y cumplir con sus prelados. Cuando él entra en la iglesia, la bandera del gobierno deberá permanecer afuera de la iglesia mientras que la bandera de Dios deberá ir delante de él, dentro de la iglesia, como un signo que la autoridad divina precede a la autoridad secular y que uno debe de preocuparse más por las cosas espirituales que por las cosas temporales.

Cuando se celebra la Misa y se ha llegado hasta el Agnus Dei, el oficiante que preside, es decir, el prior o alguien más, deberá llegar hasta el caballero en el altar y decir: “¿Quieres que se te haga paladín?” Cuando el candidato responde, sí,’ el otro deberá agregar las palabras: “Prométele a Dios y a mí que defenderás la fe de la Santa Iglesia y obedecerás a sus líderes en todas las cosas que pertenezcan a Dios!”

El adepto prometerá en el oratorio, en presencia de todos, su estabilidad en la vida monástica y obediencia, delante de Dios y de sus santos, para que sepa que si alguna vez obra de otro modo, va a ser condenado por Aquel de quien se burla. Hará su promesa al Santo a quién está empadronado el capítulo, con toda la comunidad presente, y en la presencia del sacerdote debe el adepto empezar enseguida estos versos:
 
"Tengo miedo, Señor, de tener miedo
y no saber luchar.
Tengo miedo, Señor, de tener miedo
y poderte negar;
recíbeme, Señor,  según tu palabra, y viviré;
y no me confundas en mi esperanza

Me someto a tu corrección,
si llegara a cometer algún error,
para que, obligado por obediencia,
pueda temer aún más al pecado y egoísmo
y aplicarme más fervientemente
y de buena gana
llevar a cabo la voluntad de Dios,
sabiéndome más merecedor
de condenación y desacato
si me atrevo a violar la obediencia
y trasgredir tus mandamientos.

Yo te pido, Señor,
que en Tu grandeza
no te olvides de mí;
y me des con Tu amor
la fortaleza
¡para morir por Ti!"

Toda la comunidad responderá tres veces a cada verso con un Gloria Patri.

Cuando el candidato responde ésto, el otro deberá colocar una espada en sus manos diciendo: “Contempla, coloco una espada en tus manos para que no escatimes ni tu propia vida por el bien de la iglesia de Dios, para que puedas aplastar a los enemigos de Dios y proteger a los amigos de Dios. Esta espada es para que la uses para amenazar y dar muerte a los enemigos de Dios.” Entonces deberá darle el escudo y decir: “Contempla, te doy un escudo para que puedas defenderte en contra de los proyectiles de los enemigos de Dios, y pacientemente aguanta lo que se arroje contra el mismo. ¡Que primero lo puedas ver abollado que haber huido de la batalla! Para que puedas ofrecer ayuda a las viudas y los huérfanos, para que puedas añadirle a la gloria de Dios de todas las maneras posibles.”

Entonces deberá colocar su mano sobre el cuello del otro, diciendo: “Contempla, ahora estás sujeto a obediencia y a la autoridad. Ahora, entonces, ¡debes de realizar en la práctica a lo que te has obligado con tus compromisos!” Después de esto, deberán colocarse el hábito sobre él para recordárle diariamente tanto de sus votos a Dios como que, por su profesión ante la iglesia, se ha comprometido a hacer más que los demás para defender a la iglesia de Dios.

Una vez se han hecho estas cosas después de la promesa y se ha dicho el Agnus Dei, el sacerdote que celebra la Misa le dará el Cuerpo de Cristo para proporcionarle fuerza y fortaleza para que, ya unido con Dios a través de su cuerpo, nunca pueda separarse de Él, de modo que pueda defender la fe de la Santa Iglesia. Jesucristo estará en él y él en Cristo Jesús. Le proporcionará ayuda constante y lo hará quemarse con el fuego del amor para que no desee otra cosa sino a Jesús y que no le tema a nada sino al Señor, su Dios. Si llegase a estar en una campaña cuando emprenda este servicio para Su gloria y para la defensa de la fe, aún así le beneficiará, siempre y cuando su intención sea justa.

Sería apropiado que ellos mostraran a través de la humildad que ellos desean regresar al verdadero ejercicio de la caballería, en tanto la deserción de la profesión de un verdadero caballero ocurre por el orgullo.

Después el hermano novicio se postrará a los pies de cada uno para que oren por él, y desde aquel día sea considerado como uno de la comunidad.


Para terminar, la misa debe finalizar con la oración a san Miguel, la versión original larga. Y escribirá su nombre y firmará en el mismo documento en que el resto de sus hermanos han firmado antes de él. 

A continuación se hablará de los sacerdotes y los priores, tomado en parte de la regla pastoral de san Gregorio Magno:

Debe el sacerdote ser aquel que se hace cargo de los adeptos como un padre, es quien imita al Padre celestial, y sus muchos hijos, cada uno, que se preocupen de superar al otro en amor hacia su superior, donde los hijos comparten entre sí un único deseo, respetar a su padre virtuosamente.

El sacerdote sigue siendo adepto inscrito bajo el voto de obediencia al iniciarse y participar en un capítulo, le corresponde que obedezca a un prior en cuestiones jerárquicas. Debe el sacerdote dar a los adeptos como comida espiritual sus actos propios, como ejemplo edificador. Por consiguiente si es unánime que no está dando un ejemplo positivo, no es digno para el resto ser testigos pasivos de impenitencia y liviandad de espíritu; deben todos los adeptos mayores ser siempre hermanos y padres a los menores, para que incluso si flaquea el sacerdote, no contagie con su indisciplina a los impresionables jóvenes. Y por ésto mismo es que existe el Capítulo X de la orden, para la instrucción correcta de nuestros jóvenes, porque la juventud son la promesa del descanso para el futuro.

Debe servirse unas veces de palabras suaves, como quien amonesta, otras veces se valdrá con moderación de palabras más severas, como quien enseña, y otras, en fin, cortando por lo sano, como los cirujanos. Pues los adeptos deben ser oídos con prudencia, para que se consuelen modestamente; y deben ser reconvenidos en secreto, para que no sean despreciados; han de ser enseñados con decoro, y a veces no deben ser oídos, para no faltar a la justicia.

El prior es aquel que fue elegido por sus hermanos para manejar un capítulo. Y sólo un capítulo puede manejar a la vez, y cada capítulo solo debería tener un prior, pero si llegase alguna vez a ser mucho el peso de manutención, pueden los hermanos elegir otro más que los ayude. En mucho concilio se deben juntar los priores para exponer cada uno dos cosas, lo que quieren del resto y lo que han cumplido al resto.

No debería ser el prior menor de 25 años, a no ser que demostrase ser lleno de la sabiduría del Señor, lo cual debe ser atestiguado por dos o tres testigos. No debe uno querer ser prior, porque cuando uno busca ser superior al resto se está dejando entrar al diablo de la soberbia en sus actos. Para elegir un rector o prior, o cualquier posición elevada de administración, debe ser por lotería, para que por un lado sea elegido el que no buscó el cargo, y por otro para que Dios tome lugar en el ámbito, ya que Él es el único que puede por el azar seleccionar priores y otros. Y sabemos que el corazón de un rey está en la mano de Dios, es lógico decir que sólo Dios puede por su providencia inalcanzable ser reconocido como el archa-estratego de todo, y son sus decisiones por el azar mejores que las elecciones de hombres. Los que se tienen por imperfectos no osen ambicionar las alturas de la regencia.

Ha de ser el adepto, recto e inflexible con la justicia, retribuyendo todo cuando debe ser retribuido, es preciso que sea irreprochable. Y si es electo para ser prior, no debería éste dejar sus virtudes, sino que es un llamamiento para la continua demostración de si mismo como ejemplo. El cuidado de apacentar las almas es una muestra de amor a Jesucristo, y quien entonces se reniegue la labor, no está amando a Cristo. Porque al morir por nosotros Jesús, estamos muertos ya, y si respiramos entonces es gracias a Él, por consiguiente debemos como adeptos vivir sólo para complacerle a Él.

No es verdaderamente humilde aquel que, reconociendo la voluntad divina que le llama a asumir la regencia, se desentiende de la divina voluntad. Sino que su deber es, sometiéndose a las disposiciones de Dios, libre de culpable obstinación cuando se le impone el cargo de gobernar, aunque rehuyendo de corazón el honor, someterse a la obediencia, siempre que esté adornado de las dotes que redunden en beneficio de los demás.

No debe jamás uno demostrar, querer enseñar, mucho menos alardear, de aquellos sus actos. Debemos hacer el bien, con miedo de ser vistos por ojos humanos. Porque aunque sean de admiración, todas las palabras de honra que vienen de otros, son sólo corona de espinas y cardos, no sirven sino para dañarnos. Buscamos hacer el bien sólo para que lo vea Dios, y si de casualidad nos ven los demás, pues es porque el Señor nos está usando de ejemplo. Con frecuencia el hombre se engaña a sí mismo, creyendo buscar y amar el bien que en realidad no ama, creyendo desdeñar la gloria mundana que en realidad no desdeña.

En conclusión, en el mar calmo cualquiera puede hacer de capitán, pero en el mar turbio el mejor piloto desatina. La mejor opción nos es entonces, que los virtuosos sólo consientan en aceptar el gobierno cuando se ven obligados a ello, y los imperfectos no consientan jamás ni aunque se les obligue. No deben los primeros resistirse obstinadamente, enterrando sus talentos, ocultando sus dotes bajo el ocio de una perezosa inacción. Por lo contrario, los segundos, antes de aspirar al gobierno de los demás, reparen en que pueden convertirse, como los fariseos, con sus malos ejemplos, en obstáculo para los que desean entrar en el reino de los cielos, que ni entran ni dejan entrar a los demás.

Consideren además que, al tomar a su cargo la causa del pueblo, el prelado elegido ha de ser para él como un médico que se llega a la cabecera de un enfermo, y si aun están vivas en su cuerpo las pasiones o dolencias, ¿qué atrevimiento no es meterse a curar llagas ajenas quien lleva a la vista sus propias heridas? quien quiera que fuere instituido prior, tened siempre en el pensamiento y observad por obra aquello que el Señor dice en el Evangelio: El que quiera entre vosotros ser el más grande, será vuestro servidor; y el que quiera entre vosotros ser el primero, será vuestro siervo.

Consideren los adeptos a su Prior con sumo respeto, porque hace él las veces de Cristo para su Capítulo. Así que deben acatar siempre por obediencia para ser hallados culpables en el día del juicio.

Cualquier contenido escandaloso, poco edificador, o indigno de ser visto por los adeptos, debe ser censurado o, de ser completamente insalvable, prohibido. Dicha responsabilidad recae en el sacerdote si quiere como padre proteger a sus hijos, y en los priores que a sus adeptos quieren mantener libres de ocio. Si hay algo admirable o digno de imitación, que sea permitido, pero los trabajos que hablen de temas de divinidad y cercanos, aunque no tengan aspiraciones muy altas deben ser completamente ridiculizados para su posterior exilio de nuestros campamentos.

La orden se reserva el derecho de censurar cualquier trabajo ya sea escrito o filmado, y de cualquier posible obra de expresión. Cualquier material que esté en la lista de trabajos prohibidos está vedado de ser visto por cualquier adepto, salvo con el permiso explicito y excepcional del prior o sacerdote. También es ilícito a los adeptos crear un trabajo y publicarlo sin el permiso y previa censura de su prior.
 
Para finalizar ésta edición, les digo que no hay más estatutos jurídicos porque la ley es la forma escrita de aquello que está impreso en el corazón natural, por lo que si no se pone a prueba la constitución, no saldrán a la luz aquellos estatutos que están naturalmente ocultos y que evolucionan naturalmente apartir de la sociedad. De llegar el día en donde esto tenga que ser utilizado como constitución de vere entonces empieze con éste párrafo como punto cero. Con tal que el libro de leyes sea de origen natural y no forzado, debe estar abierto a todos los adeptos el voto de nuevas leyes.

Y terminada está la constitución de Los Hijos de Maria del Fin del Mundo. Ave Deus Sabaoth.