sábado, 28 de enero de 2023

Alegoría de la Vida Cristiana.

Historia alegórica escrita por mi, de carácter esjatológico, aplique conversión.

  

La vista del tribunal Celestial, a pies del Dios Triuno, una otrora en vida alma estaba llorando, decía que nunca en su vida pensó que iba a estar ahí. No le demos importancia, y vallamos a uno de los jueces, un ángel que es llamado Justicia. Con espada en mano, vestida de dos prendas, una blanca por debajo y una azul marino por encima. Era su cabeza corona amurallada, de rica tela recubierta y perfecta, era un lazo rojo sangre y otro albo nieve colgando de su veridia cabellera. Llamó la justicia al Juez de jueces, y le dice–Señor, ésta alma se perdió buscando la felicidad en el país de la ficción, es injusto que permita todavía un milenio más sin que se desarmen aquellos altos lugares– en presto tres voces que venían de un solo lugar sonaron, más fuertes que el coro de centenar y medio de serafines–Ve y vence, borra de Mi creación todo rastro de injusticia– le dijo el Señor.


Fue Justicia acompañada de su amiga, llamada Castigo, y de nombre Corrección, era ella pelirroja, traía guadaña en mano, y estaba vestida con monedas carcomidas por la herrumbre que corrompe, su lugar de reposo estaba por encima del oros ennegrecidos y platas desteñidas.


Fueron ambas yendo a la tierra en barca por el río estigia– ¿Qué hacemos en el río de la equidad, por donde se va a la ciudad sin nombre, al Hades? Que tenemos que ir rápido a la tierra de los vivos para recordárles del Juicio venidero–preguntó Castigo– Tenemos que amonestarles, con nuestro ejemplo, que a diferencia de ellos a nosotras no nos lleva ésta corriente, más bien la navegamos– respondió Justicia.


Llegamos a la ciudad que se llama ilusión y pensamiento, con calma apacentáronse los vientos, que sus amigos ángeles sostenían desde el mediodía hasta el septentrión, desde occidente hasta oriente. Se encontraron ahí con una que hacía las veces de cacique en el pueblo. Era ella liviana y cansina, cabello de obsidiana con ropas rojas, y se llama Sueño. Le preguntó Justicia–¿Quién es tu Señor que reina sobre ti?– y no supo responder, ni tampoco le importó, barría las hojas y tenía fatiga.


–Mi señor ha de ser el hambre–le dijo Sueño– no tengo yo deseo otro más que el descanso, y no puedo yo descansar sin primero satisfacerle– Justicia estaba enojada, y dijo pues– No puede ser aquel que te rige aquel que no es justo en tus horas de descanso, ¿no sabes tú acaso que por eso mismo está el domingo?– No sabía que responder, entonces calló un rato. Cuando habló fue solloza en sus palabras– ¿Qué es domingo, y qué son los feriados? Para mí son como el grano del arroz, uno solo no me es suficiente, necesito varios para sentir que estoy comiendo– y dejó de barrer.


Entonces, habló Justicia: “Tú Señor es aquel que te da el sustento al espíritu, y éste sustento no es perecedero. Ven para que te sane, ven para que te cure tus carencias, de tus dolores, que no eres nadie sin mi y yo no quiero que caigas presa de tu propia concupiscencia”. Quién podrá vencerla cuando levanta su espada para juzgar, y si fuese abatida en duelo, regresará navegando. Y su amiga Castigo la acompañará.


Llega entonces la amiga de Sueño, llamada Heno y Flor– Ven, vamos a bailar en frente de nuestras maestras–la espada y la guadaña fueron tras ellas. Llegaron entonces a la cima de una montaña, ahí solía haber una maestra de la ley, a quien el mismo Señor le dejó el pueblo para enseñar. Sale una mujer al encuentro–Adelante, hincaos a los pies de la ley, advenedizas–empero, no era la misma doctora que antes había, sino una nueva–a éstas mis palabras muchos reyes y generales se doblegaron y los que se negaron fueron hechos anatema–mas las dos ni se inmutaron– ¿cómo es esto, que no genuflexan ante mi ley?– llegó entonces la vieja maestra, la que era anterior a la nueva, y es ella quien cae de cara al suelo para besar la tierra por donde pisan. Naturalmente se escandalizó la novata, pero la antecesora le indica– ¿y quién les dobló el pie y quién les cortó la cabeza a reyes y emperadores, sino éstas que tenemos de visita?–.


Era la antecesora más joven en apariencia, tenía gorra de peregrino, y sus manos no eran vistas que su camisa le era muy larga, con dificultad podría agarrar las cosas. Por su parte era la sucesora madura en años, era vestida del otoño, y a sus espaldas cargaba ella un arco romano como efigie de sus victorias sobre los paganos. Heno estaba entrenando para algún día ser ella la sucesora de su maestra. Justicia cayó en cuenta, y dijo a la verde Flor: ”No tienes derecho para administrar la ley que te ha sido dada, sin antes conocer a quién te la dio”. Y tomó castigo los triunfos enmarmolados de la nueva maestra, y los hizo polvo. Ella, su predecesora y su estudiante eran las tres desconcertadas. Habló justicia: ”en vez de adorar las crónicas terrenas, busquen figurar en la nómina del Señor”. Y se sumaron las tres al séquito de la justicia.


Por mandato de Justicia cayó castigo sobre las inmundas edificaciones de las cuatro, rompieron los objetos idólatras, y yendo quemaron los bosques sacros y los demás lugares donde pegaba la sombra. Llegan entonces justicia y su amiga, a un campo de girasoles, a lo que viene una mujer de entre las flores, y se llama Espíritu–No corten mis campos, que miran mis girasoles al sol, con ellos puedo saber siempre donde está el astro que me da calor–dijo con un tono de amabilidad, tristeza, y un poco ansiedad. Fue justicia severa–Mejor planta en tu corazón el girasol que apunta hacia el Sol de justicia, que brilla eternamente en el día eterno, que fulmina la noche y la destierra a los infiernos–levantó castigo su guadaña e iba a cortar los heliotropos– ¡Espere mi señora, por amor se lo ruego! Deje usted que su sierva sea quien se deshaga de éstas, tráigame usted a los hados y pequeños para que puedan recibir cada uno de mis hortalizas, y así triunfará el amor en esparcirse por ésta tierra llamada ilusión–.


Cuando de repente se soltó Bóreas desde el norte, porque el ángel que lo sostenía había venido hasta Justicia, y era su hermana, Misericordia–A las pequeñas hadas que el Señor puso a jugar en ésta tierra, llamalas, y será ésta flora el símbolo de su amor a su creador–dijo esto y se marchó tomando al viento consigo. Dirigiéndose a Espíritu, habló Justicia: “Llevarás el símbolo de la esperanza a los que se lo merezcan”. Fue armada entonces a cumplir ésto, con una sombrilla en mano para protegerse de Helios.


Ya haciéndose notar, empezó a llegarles atención. Primero vino una tipa, vestida de piyamas, con la luna en la cabeza, y enferma del pulmón. Y es llamada Conocimiento, y les hizo muchas preguntas. Luego vino Felicidad, que disfrutó estar a sus pies. Luego vino una profesora, llamada Historia, y ayudó a Justicia enseñando. Después vinieron las hadas que buscaban la justicia, y todas callaban cuando hablaban las mayores. Juntado el séquito, todas se hicieron alumnas de Justicia.


Enseñó Justicia: “Si el viento mueve a los fatuos, hay otro viento que mueve a los santos. Tiene este viento una causa, y es ésta causa primaria de quién yo les hablo. Deben ustedes de seguir el viento de los santos, y nunca dejarse llevar por el de los fatuos. Yo les enseñaré a distinguir uno del otro. El viento santo mueve al alma, y el viento fatuo mueve la carne, el viento santo te humilla, el viento fatuo te glorifica” A ésto una hada confundida levantó la mano, y pidió que le explicase porqué era bueno humillarse– Oh, pequeña, déjame mostrarte con un ejemplo– dijo Justicia, y tomó a una pequeña hada, de nombre Rumia, el hada del crepúsculo, y la puso en medio de la congregación– ésta de aquí es más grande que todos ustedes, porque antes de que yo viniera ya ella se humillaba ante el Señor– extendió el hada sus brazos y dijo– ¡El Santo ha sido crucificado!– les habló Justicia– Pueden ver pues, que aquel que se humilla lo hace por estar frente aquel que es superior a si mismo, y ésta pequeña estaba desde antes en presencia del Señor– luego de ésto, vino un hada a pedirle que hable con una amiga de ellas, llamada Entendimiento. Les pidió Justicia a todas que se quedasen mientras ella sola iba a buscarla. Mas yendo a su encuentro, tras ella fueron las hadas sembrando en su camino girasoles.


En el camino de la radiante esperanza, deambula la justicia. Buscó encontrarse con Entendimiento, y en la vía se topó con algunos. Estaba primero una chica, enana en estatura, Justicia le preguntó si era ella la que buscaba–Mi nombre sí es Entendimiento, pero me llamo Soledad, a quien tu buscas se llama Entendimiento pero su nombre es Santidad– le dijo. Y tiene esta pequeña una gran habilidad, pues ella puede leer el corazón de los demás, esto la deja triste, ya que a diferencia de su hermana, llamada Olvido, nadie quiere ser su amiga. Entonces al leer el corazón de Justicia, vio solo una palabra siendo repetida constantemente–...Penitencia, Penitencia, Penitencia...– y así sin parar. Vio que su corazón era constantemente arrebatado y llevado a la corte celestial. Su amor por Justicia fue prendido, y ya no quiso separarse de ella nunca más.


Siguiendo en su camino, pillaron una joven meditabunda, llamada Obediencia. No se detuvieron a hablar con ella, y aún así las siguió, porque mientras caminaba con ambas ella se sentía vivificada. Estaba armada con una espada envainada, su cabello albo, con listones negros, y su nombre fuese Alma.


Hubieron encontrado una última muchacha antes de llegar con Santidad, y ella es llamada Fulgor, que devora y consume. Ella es inmortal, y come todo cuanto tiene a su paso. Pensando quizá que cuando no quede nada que consumir podrá ella descansar. Aquí, la espadachín atacó a la devoradora por intentar quemar el pasto que pisaba Justicia, mas no pudo hacerle nada. De seguidilla fue Soledad a conversar, pero en su corazón solo vio rabia. Justicia levantó su sable, y las llamas de Fulgor se apagaron, bajó sobre todas ahí un fuego más ardiente que cualquier otro, pero que no tenía hambre. Fue entonces humillada Fulgor y se calmó su rabia. En pos de volver a sentir la calma se dejó engrilletar, y pudieron verla con más detalle. Su cabeza era color ceniza, sus pantalones eran abonbachados, y puso Justicia mucho énfasis en que guardara en ellos las palabras de bendición que les iba dando mientras caminaban.


Cuando llegaron a donde vivía Santidad, las tres se quedaron afuera, a esperas de que volviera su maestra. Ella, mientras, entró con delicadeza al encuentro. Había una mujer de edad en el lugar. Le preguntó Justicia–¿Cuál es tu nombre?–ella le responde–Santidad, ¿y el suyo?–pensándolo, le dijo–Mi nombre es Retribución Final, y he venido a buscarte–la santa tenia muchas cruces en su vestido que era negro, de cabello púrpura con las mechas doradas, y debajo traía una camisa blanca, andaba descalza.


Fue un intercambio placentero de ambas partes, discutieron del origen del sufrimiento en el mundo, y de la esperanza en un bien absoluto. Entonces presto, ya se iba la tarde, luego Justicia queriendo llegar lo más pronto posible de vuelta con sus amigas, la invitó a irse con ella–Lo siento, tengo que cumplir mis votos–dijo. Pero Justicia, confundida, le pregunta que– ¿Y a quién le hiciste esos votos, si tú antes de hoy no conocías al Ungido de Dios?– cayó en cuenta de éste hecho, y entonces llorosa pidió ir con ella a su campamento.


No tardaron en volver, y ya tras éste periodo se habían reunido todas las que de ese lugar podían ser salvadas. Fueron enseñadas, y traídas a una paz harmoniosa, cada una ayudadora de las otras. Se levantó Justicia en medio de la congregación, y les dijo–Ustedes me parirán virtudes, y serán todas mías, por orden del Altísimo– y la muchedumbre estaba en gozo de que servirían a la Verdad Absoluta. A travesó con su sable a cada una de ellas, algunas de las más novizas no quisieron ser penetradas por la espada de la justicia, éstas se fueron porque su fe no era suficiente. Otras no soportaron la espada, éstas creían en falsedades y no en la verdad absoluta. Pero las demás, ellas dieron de vuelta un tesoro grandioso. Que es un pequeño huevo, a algunas como Conocimiento les dolió parirlo, y a otras como Santidad les fue muy fácil. Y no faltaba que también Justicia estaba encinta de virtud, y ésto es la fe.


Mientras tanto, estaba Castigo en el llano, cargada de centeno, y en medio estaba una chiquilla jugando con piedras y maderas con formas humanas– ¿y vos? Salíte de acá y andá a laburar, lerda– le dijo Castigo. Su enojo era justo, pues cualquiera que se deje cargar por ella no le tiene miedo, y son muy comúnmente pecadores.


La chica tenía el pelo como el cielo, llevaba pañoleta y mantel, y solo jugaba como niña que juega con sus muñecas. Castigo la lanzó al piso, rompió sus figuras de madera y arrojó las piedras muy lejos– ¿Quién te mandó a que tomarás los leños y rocas? ¿Quién te mandó a que los hicieras en personas?– no había ni una pizca de benevolencia en su hablar, se pone así cuando anda sin su amiga Justicia. Por su parte la chica hizo como que iba a llorar, pero la segadora agachándose a su nivel le explicó–¿No sabes tú lo que le pasó a Casandra de Troya? Cuando fue tomada su ciudad se aferró ella a un tronco pensando que iba a ser protegida. Pero así como lo son las yeguas a Bóreas, fue ella violentada y hecha verrionda, y un hijo de Javán la hizo su concubina, y no figuró entre las Sibilas–la niña pensaba en sus juguetes como sus amigos, pero entonces Castigo le dijo: “Amigos busca en el cielo, no en la tierra, y no te volveré a ver sino es para defenderte”. Ambas siguieron sus caminos, fueron buenos los días que tuvieron desde ese encuentro. Y la chica no volvió a creer en ficciones, ni a jugar en el centeno.


Vino entonces al campamento Castigo, había llegado con maletas muy pesadas, no escondía su porte pero aún así asombra el brazo de Sansón que se manda. Sucedió que el séquito de Justicia iba peregrinando por la tierra de ilusión, y le tocaba a Castigo llevar lo más pesado, y no era su única pega. Levantó su guadaña y sanjó el sitio donde habían quedado. Las distintas mansiones de Justicia y sus virtudes habían dejado hecho muchos pozos por la nación que transitaban, y la sanja que castigo iba marcando delimitaba los enclaves suyos en ese mundo.


Pues bien, no había nada ni nadie que pudiese llegar a ellas sin antes cruzarse con su fortaleza. A cada nuevo lugar conectaban las hadas con el anterior, por medio de ladrillos muchos, todos ungidos para la misión. Era inexpugnable, no había nada que hacer, y las fieras se quedaban afuera, aunque no faltaba la orgullosa bestia que intentaba entrar, pero no estaban las chicas para el leseo. Porque para facilitar el objetivo de Justicia, es que Dios mandó que no tocasen a sus santos.


Hubo muchas bestias, pero ninguna daba miedo, al contrario eran los regentes del país aterrados, le decían al adversario, que les había regalado esa tierra robada hace ya mucho, que hiciera algo porque sus imperios se venían abajo. Pero el acusador suyo ni los pescó, estaría muy ocupado con el armagedón.


Fue así que justicia se expandió, tomo todas las costas, todas las montañas, todos los campos y alrededor de todas las ciudades. Ya los habitantes de las urbes estaban quejumbrosos, los retrasados mentales no podían entender nada, porqué de un día para otro ya no estaban sus praderas abiertas, ni sus viñedos eran cuidados, ni sus puertos recibían embarcación. Les era desconocida la misión de Justicia, simplemente porque no querían ni verla, entonces por eso es que les fueron invisibles todos sus actos. Pero como Lot en Sodoma, hubo unos que sí la vieron, y pudieron salirse antes de que fuera tarde, éstos sí eran victimas, éstos ni sabían quién reinaba las urbes, y mejor para su mente no enterarse.


Y ya llegando el amanecer del Día Final, no quedó nadie fuera de los muros que no haya sido mutilado, sus huesos quebrados, su humanidad quemada, su impiedad hecha visible y desterrada al gehenna. Y ya, nadie supo ni les importó lo que les pasó, pero ellos podían ver como eran felices los que odiaron tanto, y rogaron. Pero no era tiempo de penitencia, era tiempo de castigo, y su duración es eterna. Fin.