sábado, 8 de julio de 2023

Cavadonga




En ese pintoresco valle de Cavadonga, cerrado por tres montañas cubiertas de bosques seculares, por entre los cuales blanquean los peñascos y saltan espumosos los torrentes, formando cascadas estrepitosas que ensordecen y salpican al viajero: en esa cuenca abierta apenas al paso de los riachuelos que corren bulliciosos, ora bajo el  dosel de los peñascos que avanzan la rugosa frente para mirarse en el espejo de las aguas cristalinas, ora bajo el toldo de los castaños cuyos retorcidos brazos se entrelazan de una orilla á otra; allí estaba guardada el arca santa de la religión y la libertad, allí estaba oculto el sacro fuego del amor patrio. 

Los próceres, los gardingos y tiufados confundidos en la desgracia con los bucelarios y siervos, huyendo mas que del alfanje mahometano, de los hierros de la esclavitud, buscaron á Pelayo, duque de Cantabria, consuelo y esperanza de todos.

Los grandes señores acostumbrados a las delicias de la corle de Toledo, tenían por palacio una cueva, para habitar; la cual habían desalojado á las fieras, por lecho  el heno y las  pieles no curtidas, por alimento la carne mal asada del venado y jabalí, por bebida el agua del torrente que mugía á los pies, por perfumes el humo de las teas y fogatas. 

Con semejante vida su espíritu y su cuerpo se habían vigorizado a la par, no eran ya los visigodos cobardes y afeminados de Witiza; eran los dignos descendientes de aquella raza teutónica que vino a mezclar su sangre con la del Bajo Imperio para salvar la civilización europea; eran aquellos hijos del Norte que se apellidaban el azote de Dios, debiendo llamarse la Providencia Divina. La sencillez de las costumbres y la aspereza de vida, presta al alma las alas que cortó la molicie, y el espíritu con alas se remonta hacia Dios tan naturalmente como la piedra desprendida busca el centro de la tierra.

En aquella cueva pululaban los obispos y sacerdotes, ora con su blanca estringe, ora con la malla del guerrero: en los huecos de la peña habían depositado las reliquias que pudieron arrebatar de los templos antes que fueren devorados por las llamas del implacable Musulmán: Loado sea Dios. Si El hubiera querido sacar algún provecho de esta obra para su gloria, la hubiera sin duda preservado de las llamas. Hicistenos, Señor, para vos y nuestro corazón anda siempre inquieto y agitado, hasta que reposa en vos, hasta que reposas en él.

Allí, pues, levantaron un tosco altar á la Virgen, allí ofrecían al Señor el sacrificio de la Hostia inmaculada. Eran sencillos, eran buenos, ¿qué les importaba ser pocos? El vicio les había perdido; la virtud debía salvarlos.
 
Los árabes ocupaban toda España: Covadonga era un escollo en medio de un océano de enemigos. Por temerario que fuese el empeño de resistir á las olas de aquel mar siempre creciente, para la fe nada hay imposible. Un año después de la batalla del Guadalete los cristianos vieron venir serenos un ejército formidable, decidido á concluir con ellos. Penetran las huestes musulmanas por los desfiladeros del valle; llegan al pié de la cueva, sale Pelayo al frente de algunos centenares, y el ejército infiel y su caudillo quedan allí sepultados.

En esas horas el retiro es un asilo bienhechor que la mano de Dios nos depara, el silencio un consuelo que nos reanima. Abandonamos el techo que cubre nuestras esperanzas y nuestras miserias, nos aislamos del mundo en que vivimos, y nos entregamos a la reflexión que produce siempre un buen apetito.




Apostillas:
El Museo universal, Cavadonga, 15/1/1857.

Segunda Epístola de san Clemente de Roma..